Este es un relato de precariedad laboral, de lo difícil que
resulta en España a los científicos alcanzar una estabilidad que les
permita armonizar su actividad laboral con la vida privada. Se trata de
un relato real construido a partir de lo que han manifestado personal
que lo han sufrido. De esto habréis leído poco en la prensa generalista,
que está por otras cosas.
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A mediados del año 2001 aparecieron los contratos Ramón y Cajal, una
nueva modalidad de contratos para doctores que incorporaban por vez
primera un mecanismo similar a los tenure track de los más
prestigiosos centros de investigación. Eran contratos por 5 años que
pretendían acabar con la precariedad de los investigadores que poseyeran
el grado de doctor: un salario acorde con la especialización, capacidad
de formar y liderar un grupo independiente y la promesa de que si al
acabar el contrato se habían cumplido los objetivos acordados se
produciría la estabilización laboral en la institución de acogida. Para
determinar si los objetivos alcanzados eran los adecuados existía una
evaluación en el cuarto año de contrato, en el caso de aprobarla se
dotaba a los participantes con una evaluación I3 positiva, lo que
permitiría su estabilidad laboral. En el caso de no aprobar, el
investigador tenía un año para abandonar de forma ordenada la
institución. Mucho se podría hablar sobre las deficiencias de ese
programa: recorte de la independencia de los investigadores por parte de
las instituciones, arbitrariedades en las subvenciones o improvisación
en el seguimiento, pero de entre las distintas deficiencias me centraré
en lo que es objeto de este artículo, el incumplimiento de los planes de
estabilización por parte de algunas instituciones.
Los contratados Ramón y Cajal (RyC) incorporados en muchas universidades
que obtuvieron el I3 fueron estabilizados con la figura de profesores
contratados doctor, sin embargo el CSIC se negó a reconocer esta forma
de estabilización. Muchos pudieron estabilizarse por medio de la
obtención de una plaza por oposición pero, a pesar de que el número de
plazas a concurso subió significativamente durante este período, otros
no pudieron hacerlo por diversas razones: en algunas áreas el número de
plazas a concurso era menor que el de RyC que optaban a dicha plaza o
algunos RyC no pudieron presentarse por falta de plazas con un perfil
adecuado para el investigador. Esto hizo que algunos RyC acabaran su
contrato en el CSIC con la acreditación I3 pero sin que el CSIC les
ofreciera posibilidad de estabilización, a lo máximo que se comprometió,
tras una serie de protestas que adornó las calles de científicos, fue a
ofrecerles unos pocos meses más de contrato.
Los contratados RyC se organizaron y llevaron la protesta un paso más
allá: demandaron al CSIC por fraude de ley en los contratos que les
había realizado. El ministerio dio libertad a las instituciones para que
realizaran el tipo de contrato que consideraran más oportuno y el CSIC
optó por el contrato en prácticas, una modalidad de contrato que
solamente puede ofrecerse a licenciados durante 2 años, nunca a doctores
(y por un plazo de más de 5 años). En otras convocatorias ofreció
contratos “por obra o servicio”, pero de nuevo era una modalidad no
adecuada ya que éstos se deben realizan por un periodo limitado para
realizar una actividad muy concreta, y los RyC dirigían proyectos de
investigación, colaboraban con diversos grupos y proyectos, dirigían
tesis doctorales y, en ocasiones, colaboraban con la docencia de algunas
universidades.
En pocas semanas se presentaron varias decenas de demandas ante los
tribunales de justicia, los cuales tardaron unos meses en deliberar. En
la gran mayoría de los casos, la justicia falló a favor de los
investigadores: los contratos se habían efectuado en fraude de ley. Eso
obligó al CSIC a contratar de forma indefinida a los demandantes, con la
antigüedad que les correspondía desde su primer contrato temporal en la
institución. Pero los investigadores aquí toparon con el muro de la
burocracia, los contratados indefinidos fueron incorporados en la escala
de Titulados Superiores (TS). Aunque no aparece por escrito una norma
que describa de forma detallada las funciones de los TS, de manera
histórica se asume que se encargan de apoyar la investigación (¿y qué
escala no la apoya en el CSIC?). De esa manera, el destino de los TS fue
apoyar la investigación desde los servicios científicos del centro o
formando parte de algún grupo de investigación. Esto cortó en seco la
carrera científica de aquellos investigadores que poseían proyectos y
lideraban grupo, ya no podían seguir haciéndolo. También lo notaron en
su salario, la nueva escala rebajó su salario cerca del 40%. Y es que la
figura del TS es un saco en el que entran tanto licenciados como
doctores que han ganado la plaza por oposición como los contratados pre-
y posdoctorales, todos ellos forman de una categoría de la que se nutre
la llamada escala científica del CSIC (Científicos Titulares,
Investigadores Científicos y Profesores de Investigación).
Pero lo que parecía quedar como una mera anécdota de unas pocas
decenas de ex–contratados RyC se amplificó al poco tiempo. Otros
investigadores posdoctorales del CSIC que llevaban muchos años en
arrastrando contratos parciales (algunos sobrepasaban los 40 años de
edad encadenando contratos de uno o dos años) empezaron a presentar
demandas. El número de demandantes subió rápidamente y los jueces
volvieron a darles la razón. En esos momentos estaba vigente la llamada
“ley Caldera” que obligaba a las empresas y a la administración a
realizar contratos indefinidos tras cumplirse los dos años de contrato
temporal. Y el CSIC basa mucha de su mano de obra, tanto científica como
de administración, en la concatenación de contratos temporales. De esa
forma el CSIC ponía en bandeja de plata la posibilidad de que los
trabajadores les demandasen reclamando sus derechos. De esa forma
algunos investigadores consiguieron la ansiada estabilidad laboral.
Así en los últimos 5 años se han ido estabilizando en el CSIC un buen
número de investigadores con el término “indefinidos por sentencia”.
Algunos de esos indefinidos acabaron estabilizando definitivamente su
situación mediante procesos de consolidación, que supuso una oposición
obligatoria para alcanzar la escala funcionarial de TS. Así acabaron
finalmente como funcionarios de carrera. Otros siguen sin haberse
estabilizado definitivamente, esperando que esa consolidación llegue.
¿Cómo se ha visto este proceso entre el resto de empleados del CSIC?
No son pocos los investigadores que no están nada de acuerdo con esta
vía de estabilización a la cual califican de forma despectiva como
“entrada por la puerta de atrás”. Otros investigadores manifiestan que
este proceso ha restado plazas por oposición, al producirse una
sobrecarga de TS tras las demandas. Los afectados de forma directa me
comentan que han sufrido mucho estrés y mucha presión durante los años
que duró el proceso judicial y el de estabilización definitiva. Compensa
la estabilidad laboral finalmente alcanzada, aunque para algunos (sobre
todo los ex-RyC) ha supuesto aparcar (o incluso abandonar) la
posibilidad de dirigir sus propias líneas de investigación. Poca
autocritica se ha oído: nadie parece dirigir sus dardos hacia la
situación de precariedad sostenida de los investigadores que ha
provocado que éstos busquen una vía de estabilidad. Y la responsabilidad
de esa situación recae directamente en gestores de la ciencia, tanto
del CSIC como del ministerio; la falta de la planificación de la carrera
científica en España provoca estas situaciones, lo que no es nada nuevo
ya que desgraciadamente es algo que se remontan a muchos años atrás y
que posiblemente se siga extendiendo en el futuro.
Y este es el relato de la pelea de un grupo de investigadores del
CSIC por su estabilidad. Cuando se lee esta historia en estos tiempos de
crisis no son pocos los que llaman privilegiados a estos trabajadores,
pero este mismo relato leído en la época de la burbuja del ladrillo
levantaba compasión en la sociedad, no faltaba el “déjalo todo y búscate
otro trabajo”. España es un país cainita en el que se prefiere lanzar
los dardos contra el compañero más débil en vez de unirse y combatir lo
que realmente lastra nuestro sistema I+D. Somos como perros peleando por
un trozo de hueso completamente roído.
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